martes, 15 de marzo de 2011

¿Cómo se desencadena la ola de un tsunami?

Sobre este fenómeno, tres científicos españoles dieron sus opiniones al diario ELPAIS.com, en un artículo publicado el 16.03.2011.
foto: documentales.pe
La brutal embestida del mar, arrasa todo al entrar en tierra y al retornar al mar, porque la ola de retorno puede ser tan devastadora o incluso más que la de entrada (como dicen los expertos, una destroza y la otra arrastra lo destrozado).Se habla de una ola, pero no se parece a una ola normal como las de la playa, ni siquiera las más fuertes que aprovechan los surfistas, sino una riada colosal, una plataforma de agua en movimiento. "Es que la ola del tsunami es muy larga, incluso de kilómetros, y muy plana, así que dura mucho tiempo; un tsunami es un desplazamiento brutal de agua", dice el matemático Luis Vega, de la Universidad del País Vasco. Él se dedica a la modelización de este fenómeno que, a efectos científicos, es un caso complejo de física de fluidos. Y sobre modelizaciones -y sensores océanicos- descansa precisamente la capacidad de alertar a la población ante la inminencia del desastre natural.
Para entender fácilmente cómo se desencadena un tsunami basta con recordar una piscina de olas artificiales,
con una plataforma en el fondo que se eleva para crear la ola que se propaga por el agua. A partir de ese origen, el tsunami está en marcha.
En el caso reciente de Japón, el desencadenante ha sido la presión de la placa tectónica de América del Norte que se desliza bajo la del Pacífico hasta que la energía acumulada ha provocado la ruptura, ha producido el gran terremoto y la elevación consiguiente del fondo marino ha actuado, a gran escala, como la plancha de las piscinas de oleaje. Solo que la ola del tsunami es colosal. "La energía del terremoto se distribuye en el océano, y puede viajar a grandes distancias", señala Sebastián Monserrat, físico de la Universidad de las Islas Baleares.
"Se puede originar el tsunami al elevarse el fondo o al hundirse, y en el primer caso es mayor la probabilidad de que se formen olas muy estables capaces de propagarse durante miles de kilómetros por el océano sin deformarse, hasta que llegan a un obstáculo, como la costa o una isla", apunta Vega.
Es curioso, pero en alta mar no se aprecia en los barcos el paso de un tsunami que horas después provocará una terrible destrucción en la costa. Hasta el punto de que hay relatos de pescadores en el Pacífico que no notaron anormal y al volver a su pueblo lo encontraron arrasado por esas olas, señala la Dra. Gemma Ercilla, del Instituto de Ciencias del Mar (CMIMA-CSIC), en Barcelona. "Es que en alta mar no se ve la ola, estás como en un mar elevado, pero no se percibe", apunta Monserrat. Sin embargo, el tsunami, un tren de olas -porque no se genera una sola sino varias espaciadas-, viaja a gran velocidad -hasta 800 o 1.000 kilómetros puede recorrer a la hora- y es una columna de agua en movimiento desde el fondo hasta la superficie.
Al aproximarse a la costa, con menos profundidad, la columna de agua se deforma y disminuye su velocidad, incrementándose la energía y la amplitud de la ola. Y ahí depende mucho también de la geografía costera. Es el momento de la destrucción, del agua arrasándolo todo.
Durante la catástrofe en Japón, los sistemas de alerta funcionaron inmediatamente tras el terremoto: "Los datos del nivel del mar confirman que se ha generado un tsunami que puede causar daños extensos", decía, desde el otro lado del Pacífico, la nota de la Agencia estadounidense NOAA. Indicaba la hora (terremoto, a las 14.46 hora de Japón) y las primeras estimaciones que advertían de sucesivas olas de tsunami espaciadas entre cinco minutos y una hora, así como los tiempos de su llegada a las costas (desde apenas 40 minutos tras el terremoto, en Japón, hasta más de un día más tarde en Suramérica).
En el caso de la costa nipona más afectada, tan próxima al epidentro del terremoto, desde luego no habría tiempo para evaluar y caracterizar la propagación del tsunami, sencillamente se daría la alarma automáticamente sabiendo que el riesgo era altísimo. Pero para tiempos más dilatados, los expertos hacen previsiones con alta precisión gracias a los modelos que simulan el fenómeno y a los datos reales que toman las boyas y los sensores submarinos al paso de las olas. "La propagación del tsunami se modeliza bien si tienes caracterizada la ola, con buenas mediciones; la generación es más complicada de modelizar y la inundación depende mucho de las condiciones costeras", señala Monserrat.
Para que se genere el tsunami es imprescindible el desplazamiento vertical, la placa que se eleva o se hunde, "y puede provocarse por una rotura del fondo marino -como en el caso de este terremoto de Japón-, por una erupción volcánica, por deslizamientos de tierra submarinos o costeros e incluso por un iceberg", señala Ercilla.
Los mapas del Pacífico están sembrados de puntos que indican la posición de boyas y sensores para detectar tsunamis y están permanentemente alerta equipos de predicción de su comportamiento. Los vecinos de uno y otro lado del océano comparten estos recursos y se informan mutuamente porque los terremotos son frecuentes en todo el llamado arco de fuego del Pacífico y los tsunamis se propagan en uno y otro sentido.
También en el Atlántico se pueden producir tsunamis, señala Ercilla, aunque son mucho menos frecuentes. Pero recuerda que en el Sur de la península Ibérica, originados en el sistema de la falla Azores Gibraltar, se han catalogado 22 tsunamis en los últimos 22 siglos. El 1 de noviembre de 1755, tras un terremoto de magnitud 8.7, un tsunami arrasó Lisboa, Huelva y Cádiz con olas de 10 metros.
En el Mediterráneo también hay tsunamis, como el de mayo 2003, que se originó en un terremoto cerca de Argel y que llegó a la costa balear 45 minutos más tarde causando daños en algunos puertos y calas. Aunque el Atlántico y el Mediterráneo son menos susceptibles a padecer estos desastres, no faltan científicos que reclaman el despliegue de un sistema de alerta eficaz.
Otro artículo interesante sobre los tsunamis es el de Miguel Herráiz, director del Departamento de Geofísica y Meteorología de la Universidad Complutense
(fuente: ELPAIS.com (Alicia Rivera))

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